Cuestión de perspectiva

Roger Brugué no puede aguantar la emoción por el ascenso / F. CALABUIG

Un ascenso a Primera División ha sido lo que más ilusión me ha hecho vivir desde que descendimos a Segunda en el Santiago Bernabéu. Parece una exageración, pero volver a la élite, tanto a nivel personal como en el apartado profesional, llegó a convertirse, por momentos, en una obsesión. Una vez Sesma Espinosa señaló el final del partido, sentí que había cumplido mi sueño de firmar la crónica del regreso a Primera División en el periódico que, hace casi cuatro años, confió en mí para llevar la sección de mi equipo. Sin embargo, me vinieron muchas personas a la cabeza. La primera de ellas, mi padre. Lo busqué con la mirada, casi de manera desesperada, mientras la marea granota inundaba el césped de El Plantío. No quiso perderse el partido ante el Burgos y le dio igual vivirlo sin compañía. Muy poco le importó, ya que él, levantinista procedente del Cabanyal, no solo sabe lo que es sufrir con el Levante, sino que no dejó de lado al club de su barrio durante la travesía por el desierto del fútbol español en los años 70, 80 y 90.
Fundirme en un abrazo con mi padre en las gradas de El Plantío, los dos con lágrimas en los ojos, me reconcilió con el Rafa Esteve que, después de la trágica noche contra el Alavés, amaneció destrozado con un mensaje suyo. «Ha sido la situación más dramática vivida nunca en el fútbol, pero eso no significa que no se pueda superar. Esto te hace más fuerte y eso te beneficia». Cuánta razón tenía pese a que, por momentos, me vi incapaz de levantarme de dicho revés. No obstante, me acordé mucho de mi abuela. Se marchó en abril de 2022, poco después de que el Levante consiguiese un triunfo capital ante el Villarreal que le permitió creer en el milagro de la salvación. Antes de partir hacia el Ciutat, le transmití que, si no se ganaba, el descenso acechaba. «Bueno, si bajan, seguro que volverán a subir». Con qué sencillez y naturalidad expresó una frase que circuló por mi cabeza el 17 de junio de 2023. La busqué entre las estrellas poco antes de que Róber Pier fuese víctima de un injusto y cruel penalti, pero no la encontré en la que fue una noche de absoluta oscuridad. Sin embargo, estoy seguro de que, desde el cielo, empujó para que Carlos Álvarez alcanzase la gloria eterna en Orriols. Ay, iaia Tere, si vieras a la mamá, que con el abono de su hijo y bandera en mano, no se pierde un encuentro del Levante, no te lo creerías. Parece mentira, pero tu yerno y tu nieto la han levantinizado hasta la mismísima médula.
Eso sí, hazle un hueco a nuestra Carmencita. El pasado martes, mientras intentaba asimilar la resaca emocional vivida en Burgos y en la celebración del ascenso, la tía Carmen se marchó al cielo dejando un vacío enorme y rompiéndole el corazón a todos sus familiares. Ahora, y tras cumplir mi sueño de volver a la máxima categoría, solo deseo que las dos, desde arriba, presenciéis cómo la mamá, el papá y yo disfrutamos del Levante en Primera desde la humildad y con los pies en el suelo, pero con la ilusión de vivir momentos inolvidables. Vosotras no os preocupéis, que nosotros cuidaremos del tío Juan. Os quiero y os echamos mucho de menos.
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