El entrenador que hizo posible que todo saliera bien

Julián Calero consiguió llenar de optimismo a un club y una afición que llevaban años de sufrimiento y culmina su lustro de éxitos con el salto a Primera División

Así se produjo la invasión al campo de cientos de granotas tras el pitido final

Rafa Esteve

Pablo Martínez-Vilanova

Pablo Martínez-Vilanova

València

«Estoy convencido de que todo va a salir bien». Con esta promesa se presentó Julián Calero al levantinismo hace un año El entrenador de Parla se ponía al frente de un club y una afición en depresión, que venían de vivir su peor temporada en veinte años después de una terrible sucesión de golpes culminada por el penalti de Villalibre. Desde el primer momento fue capaz de convencer a todos sus hombres de que el camino al éxito no está en lamentarse sino en ponerle trabajo y corazón al fútbol.

El madrileño ha sido un motivador inmejorable, pero también ha demostrado tener soluciones tácticas para casi todos los escenarios que se le han presentado en una categoría tan compleja. Llegaba a Orriols con el cartel de ser un técnico defensivo en sus etapas al frente del Burgos y el Cartagena. Sin embargo, en un Levante con más argumentos para el ataque que para la defensa, ha dejado a las claras que es un míster capaz de adaptarse a lo que tiene y sacarle todo el jugo. Y así lo demostró desde la primera jornada en Gijón.

La historia personal de Calero es una escalada que parece no tener límites. Después de una trayectoria como futbolista forjada en el barro y de iniciarse en los banquillos como segundo entrenador de técnicos de prestigio, se lanzó a liderar los cuerpos técnicos de equipos madrileños como el Alcobendas, su Parla, el Navalcarnero y el Rayo Majadahonda. Pero el club que le cambió la vida fue el Burgos, precisamente el escenario en el que ha alcanzado la Primera División. Con un cuadro castellano inmerso en una situación de impagos ascendió a Segunda en 2021 y logró dos permanencias holgadas, llegando incluso a liderar la categoría y soñar con el play off en 2023. Ahí dejó ruedas de prensa icónicas como la de la mortadela. Después de tres años decidió no seguir y meses después se embarcó en un Cartagena a la deriva. El equipo que solo ganó uno de los primeros 17 partidos y llegó a estar a nueve puntos de la permanencia se salvó llegando a ser, por momentos, el combinado en mejor forma de la categoría. De hecho, la victoria en el Ciutat contra un Levante que apuraba sus úlimas opciones de play off tuvo mucho que ver con su posterior llegada a Orriols. Ahí ha culminado un lustro brillante conquistando al fin la Primera División a sus 54 años con total merecimiento.

Julián Calero saluda a los aficionados que esperaban al equipo en la Fuente de las Cuatro Estaciones

Julián Calero saluda a los aficionados que esperaban al equipo en la Fuente de las Cuatro Estaciones / Germán Caballero

Un líder

El mensaje, tanto en lo deportivo como en lo emocional, caló al instante. El Levante fue una apisonadora en pretemporada y dio sensaciones de ascenso desde las primeras semanas, pero siempre se mantuvo un perfil bajo y humilde. Y es que esta categoría no perdona los excesos de confianza. Ante su primera crisis, tras una derrota dolorosa en Santander, dejó muy claro en un acto con las peñas levantinistas que no es de los que se rinden. «¿Me veis cara de rendirme?», preguntó a los aficionados. La respuesta coral fue un «no» rotundo. Porque a resiliencia no hay quien le tumbe. Calero, que vivió el 11M como policía local en Madrid, también pilló de cerca la tragedia del pasado 29 de octubre. No pudo contener las lágrimas en el homenaje a las víctimas y ellas fueron las primeras de las que se acordó tras certificar el ascenso en El Plantío: «Me acuerdo de la gente de la dana, va dedicado para ellos».

La huella de Julián Calero ya es imborrable en Orriols. A base de trabajo, carisma y fe, es una figura que se ha ganado un enorme respeto. Con una plantilla muy similar a la que había acabado octava un año antes, el de Parla ha devuelto al Levante al sitio del que nunca debió salir. Él tenía claro que venía a un club grande que era un gigante dormido y merecía abandonar la categoría de plata. Se jugó un órdago y todo salió bien.

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