Opinión

València

Tan frágiles, tan humanos

Tan frágiles, tan humanos

Tan frágiles, tan humanos / sd

Tras el accidente nuclear de Fukushima en 2011, muchos japoneses optaron por hablar de éste empleando la forma de haiku. Era del todo comprensible buscar sostén en las cautivadoras virtudes de la poesía, sobre todo, por parte de las víctimas. El impacto emocional que supuso la noche ante el Alavés siempre estará en nuestra alma. Fuimos frágiles y profundamente humanos. Nos abrazamos y lloramos juntos. Cada uno somatiza aquel dolor de una manera. Cada uno tiene su haiku, su poema particular donde queda encapsulado el sufrimiento. Por ejemplo, en la fotografía guardada en el móvil donde un niño levanta su bufanda al cielo con una sonrisa inocente de ilusión durante la prórroga, minutos antes del drama. Fuimos frágiles, pero fuimos fuertes, porque el dolor es el crisol donde nuestra identidad más profunda se forja, donde se manifiestan nuestras ansias de eternidad.

El otro gran haiku colectivo lo encontramos escrito en el anillo superior del Ciutat de València, espacio coronado por los nombres de los pueblos afectados por la fuerza del agua de la maldición bíblica del 29 de octubre. Somos polvo y en polvo nos convertiremos. Somos mediterráneos, pobres y vivimos sobre una tierra inundable, pero también entendemos como nadie el espíritu de saber renacer desde la ceniza o el fango. El Ciutat fue el templo del primer gran abrazo colectivo de la sociedad valenciana, alegoría perfecta, noble y unitaria sobre el dolor y la gloria de ser valencianos. Cuando nos enfrentamos al hecho de nuestro propio sufrimiento nos volvemos capaces de amar a otros seres sufrientes.

El haiku final ha sido escrito por un jugador que encarna la poesía de Maradona. Un genio llegado de Sevilla, esa ciudad donde Diego paseó sus últimos años de esplendor. Carlos Álvarez vino para regar de gloria el suelo de Orriols, como Maradona hiciera en Nápoles. Casualmente, dos días antes del ascenso del Levante, el equipo napolitano se proclamaba campeón de la liga italiana. Carlos ha derrochado arte y generosidad. Ha hecho mejores a todos sus compañeros, como quien se pasea por la plaza del pueblo lanzando billetes al cielo. El mismo niño que lloraba la noche ante el Alavés tras levantar su bufanda al cielo, hoy luce con orgullo la camiseta con el 24 en la espalda. Somos frágiles, somos humanos. A veces, también, somos muy felices.

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