Resiliencia y resurgimiento
El conjunto comandado por Julián Calero no solo volvió a la élite del fútbol español por todo lo alto, sino que lo hizo superando todo tipo de adversidades. Ni la crisis económica, ni la dana, ni la salida de Miñambres frenaron la ilusión de una plantilla destinada a la gloria

Germán Caballero
Rafa Esteve Picó
Pocos equipos en el panorama nacional tienen la fortuna de competir contra los mejores de su territorio. Cientos hay en el fútbol español y solo 20 tienen el privilegio de navegar en un contexto de élite, cuyo ecosistema está formado por jugadores diferenciales y su foco es el centro de atención de todos los puntos del mundo. Durante muchos años, sobre todo en la época en la que Cristiano Ronaldo y Leo Messi se batieron en duelo con tal de determinar quién era el más grande del planeta, la Primera División española era la mejor liga del mundo. No obstante, con la vuelta del Levante a la máxima categoría, la actual LaLiga EA Sports es mucho mejor. No solo tiene más prestigio, sino que posee más valor porque el Levante es único en el mundo. Muy pocos representan sus valores, basados en la humildad, el esfuerzo y el sacrificio, sustentados por una pasión inigualable, en un universo cada vez más enlatado. Y ahora, tres años después de su caída a los infiernos de Segunda División, tendrá la suerte de demostrarlo cada fin de semana gracias a un ascenso histórico y después de una temporada en la que, sobre el papel, su nombre estaba en la cola de los favoritos. Nadie, debido a sus limitaciones al afrontar un tercer año consecutivo bañado en plata, consideró al Levante como uno de los mejores de la categoría, pero sí manifestó ser el equipo con más orgullo, carácter, garra y corazón. Un caldo de cultivo basado en el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio y, sobre todo, la unión. Prueba de que los millones y los clubes poderosos no lo son todo en un deporte que, tarde o temprano, termina recompensando.
Así lo sintió el Levante, en su máxima totalidad, cuando Sesma Espinosa señaló el final en El Plantío. El cruel y doloroso desenlace ante el Alavés, en la final del playoff de ascenso a Primera División de 2023, pasó de ser un recuerdo tormentoso a ser el punto de resurgimiento granota. Se tardó un año en recuperar no solo la esencia, sino también la identidad. Quizás, tocar fondo en la campaña 2023/2024 tras no quedar entre los seis primeros fue el toque de atención necesario para coger impulso. En ocasiones dio hasta vértigo, ya que el Levante afrontó una carrera de fondo de 42 jornadas en la que tuvo que lidiar con duros contrincantes como Almería, Granada, Oviedo o Racing de Santander. No obstante, a los futbolistas de Julián Calero les sobró un partido para tocar el cielo de Primera División. Una situación inimaginable a principio de temporada, pero que, viendo el trayecto, tiene argumentos y sentido lo que, para muchos, ha sido un bendito milagro.
Pese a ello, el equipo de Julián Calero no ha tenido un camino sencillo. Contagió su ilusión por volver a Primera desde el primer instante, pero nunca transmitió sobre el campo la debilidad que se percibía en su entorno. El club, después de ver cómo no obtuvo apenas rendimiento económico en el mercado de verano de 2024, agudizó su crisis económica con meses en los que la dificultad para afrontar pagos pendientes, provocando un desequilibrio en la tesorería del club que retrasó el pago de las nóminas desde noviembre hasta la segunda quincena de diciembre. Un mes después, el club recibió una bombona de oxígeno tras la venta de Andrés García al Aston Villa a cambio de siete millones al contado junto a 2,25 en variables, en lo que fue una pérdida muy sensible a nivel deportivo después de que el canterano se convirtiese en el mejor lateral derecho de Segunda, pero la crisis siguió golpeando en el Ciutat de València. Desde febrero hasta mediados de marzo, una oleada de despidos no solo se llevó a muchísimos trabajadores por delante, sino también a Felipe Miñambres. El astorgano dejó su puesto de director deportivo después de que el club le presentase un «rebajón de salario» que no pudo aceptar, un mes antes de que anunciasen la venta, a cambio de 5,5 ‘kilos’ más dos en variables.
De esta manera, el Levante de Calero se evadió de los terremotos que desquebrajaron al club y se repuso de la pérdida de uno de sus futbolistas más diferenciales. Sin embargo, lo que más dolor le produjo fue sufrir la dana en sus propias carnes. Ver cómo la sociedad valenciana quedó reducida a barro, agua, tristeza, drama y desolación, pero no solo el equipo se levantó de un revés tan grande, sino que cambió las botas de taco por las botas de agua para ayudar en lo que hiciera falta. Un equipo en mayúsculas y de una calidad humana incalculable que en Elda, después de vencer al Mirandés una semana antes, consiguió una victoria memorable, con remontada en el tiempo de descuento, que le sirvió para, desde entonces, creer hasta el final en sus posibilidades de ascender a Primera División por la vía directa. Su triunfo en Elche fue el puñetazo en la mesa definitivo. Y su legendaria victoria en El Plantío, con un soberbio y antológico gol de Carlos Álvarez en el último suspiro, supuso la culminación a una temporada que, si terminó siendo inolvidable, fue debido a un equipo que esquivó la maleza de su alrededor, se unió contra la adversidad y se tomó a pecho lo de hacer historia con el Levante.
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